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miércoles, 31 de octubre de 2012

Blog de Armando José Sequera. Escritor de maravillosos cuentos

http://ajsequera.blogspot.com.es/




Papá siempre quiso tener una puerta para él solo y una tarde salió del trabajo y compró una, con su base, su marco y su picaporte.
La trajo en su carro como a un pasajero incómodo y, ante nuestra sorpresa, la plantó en medio del patio.
–No quiero que nadie la toque –dijo, mientras la instalaba.
Y nadie la tocó. Ni siquiera él, que a partir de entonces no encontró tiempo para disfrutarla.
En el mes y medio siguiente, la lluvia y las gallinas que la usaban como dormitorio cuando hacía calor hicieron que la puerta se encorvara y ya no pudiera calzar en el marco.

Un domingo, papá se levantó temprano a preparar uno de esos desayunos con los que le gustaba sorprender a mamá en la cama y salió al patio a buscar huevos y naranjas. Entonces vio la puerta y nos preguntó por qué no la habíamos utilizado. Cuando le recordamos que él lo había prohibido, se puso como el lápiz de labios de la tía Marcia.
Poco antes del mediodía, la reparó, le puso un techo rojo a ambos lados, la pintó y nos la dio a Gustavo, a mí y a nuestros primos.
Desde el primer momento, nosotros la usamos para viajar al pasado y al futuro, para ir del más acá al más allá, para entrar por un lugar del mundo y salir por otro y para asomarnos a las cosas que no conocemos.
Después le fuimos agregando juegos, hasta que también nos sirvió para ir al fondo de los mares y al centro de la Tierra, para pasar de un planeta al otro en el sistema solar, para entrar a cualquier órgano del cuerpo humano y para viajar entre los sueños.



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